Como la espuma subió Brasil en el firmamento internacional, en la última década, y su ropaje de potencia económica y ejemplo de justicia social, que le valieron ser la sede del Campeonato Mundial de Futbol (2014) y de los Juegos Olímpicos (2016), tronó —se dice en México— cual chinampina.
Las protestas de cientos de miles de brasileños en al menos 80 ciudades en plena fiesta futbolera de la Copa Confederaciones muestran en todo su drama un desastre nacional.